CASETA de PESCADORES.
En las accidentadas, retorcidas, intrincadas, líneas de costa del archipiélago Balear, es frecuente que las calas, entrantes, y ensenadas que festonean la orilla donde la tierra y el mar contactan, en casos con mansedumbre, en otros poniendo de manifiesto la fuerza y bravura del litoral, o en ocasiones determinadas trazando líneas con la posidonia, al depositarse en la arena dibujando formas, mas o menos caóticas, en consonancia a los embates que las pasadas tramontanadas, orquestaron interpretando a pleno pulmón, la sinfonía acorde al correspondiente clima. Pues en estos ambientes, los pescadores asiduos del entorno, no se sabe cuanto hace que construyeron con medios rudimentarios, arrastrados por la marea en ocasiones, o con los que el mismo entorno les ofrecía, una especie de cabañas para poner a resguardo sus aperos de pesca junto a las pequeñas embarcaciones para esos menesteres, junto a un pequeño espacio para cocinar las capturas de la jornada, y algún camastro donde poder reposar sus afanes. Con el paso de los años, en algunas se fueron añadiendo anexos, con objeto de ganar algo mas de comodidad, y sobre todo buscando la manera de alejar dentro de sus posibilidades la sempiterna humedad salobre, que acostumbra a abrazar con tesón aquellos lares; en ocasiones buscando algo mas de sequedad ambiental, a corta distancia de aquella primera barraca, pero un tanto alejada de la orilla, edificaban también muy sencillamente una casa mas al uso con vistas a darle un uso mas prolongado para que en los fines de semana, o vacaciones, toda la familia pudiera permanecer con un cierto grado de comodidad, y hacer la vida cotidiana mas fácil. Modelos, formas, enclaves, los hay para todos los gustos, que no dejan de exteriorizar en gran manera, el talante, la idiosincrasia del pescador que la habita, o tal vez fue la expresión ancestral de aquel bisabuelo, al que la atracción por el Mar, por sus dones o por sus caprichos se vio atrapado, encandilado, de tal manera que en su mirada y el color de sus ojos al contemplarlos, podíamos atisbar, intuir, que esos matices llenos de gamas de azules entreverados de verde, difuminados, sin limites definidos, y que cambiaban en consonancia de la luz que hubiera y la hora del día, eran el fruto de las muchísimas jornadas que aquellas pupilas solo estaban pendientes de las olas, sus formas, crestas, con o sin penacho, y si los senos eran amables sin apenas intención o por el contrario presentaban una cara amenazadora, a la que la mirada experta del anciano, lo advertía de que era el momento de virar en redondo para no tener que padecer los embates del Temporal en ciernes.